Los cientos de miles de palestinos (la mitad de la población total) que durante varios días se han lanzado por los boquetes abiertos en la frontera de Gaza con Egipto, a la búsqueda de alimentos y enseres en general, son toda una metáfora. La de un pueblo que, pese a la despiadada represión militar, pese a la hambruna, pese al constante acorralamiento y aniquilamiento, aprovecha cualquier grieta para respirar, para resistir, para seguir viviendo sin renunciar a sus sentidas reivindicaciones.
La montaña parió y ha nacido un ratón. Ese sería un epitafio apropiado para la conferencia sobre Palestina celebrada en Annapolis. Después de cuatro meses de interminables conversaciones, Condoleezza Rice, la secretaria de estado norteamericana, no ha conseguido obtener lo que Washington y Abbas tan desesperadamente necesitaban: un acuerdo sobre al menos los puntos principales de un pacto que finalmente crearía un estado palestino al lado de Israel.
El 13 y 14 de junio, en el espacio de pocas horas, los milicianos de Hamas barrían a las fuerzas de Al Fatah en la franja de Gaza. Era la última etapa de los continuos enfrentamientos entre este estas dos organizaciones en los últimos años, especialmente virulento desde el triunfo en las urnas de Hamas en enero de 2006.
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